Iqbal Masih tenía cuatro años cuando su padre le vendió a una fábrica de alfombras de Punjab porque necesitaba un préstamo para pagar la boda del hijo mayor.
Para saldar la deuda Iqbal trabajaba doce horas al día trenzando alfombras por una rupia diaria. Sin embargo, con los intereses desorbitados, la deuda no para de crecer.
En 1992, cinco años después de que comenzara su particular infierno, Iqbal conoció a Ehsan Khan, un activista que luchaba por acabar con las condiciones de esclavitud en el trabajo. Siguiendo su ejemplo, el ya no tan pequeño paquistaní comenzó a denunciar las deplorables condiciones laborales en las que otros muchos niños como él trabajaban en los telares de alfombras, convirtiéndose en un héroe para ellos.
Sin embargo, su activismo empezó a ser pronto un estorbo para los empresarios que se lucraban con el trabajo infantil y un 16 de abril de 1995 su voz se apagó para siempre tras ser disparado mientras montaba tranquilamente en bicicleta.
Sus asesinos (la mafia de las alfombras fue responsabilizada del crimen) acabaron con su vida pero no con su legado y Iqbal continúa siendo hoy día un símbolo de la lucha contra la explotación infantil.
Lamentablemente, todavía quedan en el mundo muchos pequeños Iqbal, sobre todo, en regiones deprimidas de Asia, África y América Latina.
Con historias como esta todos y todas debiéramos hacer examen de conciencia e intentar ser mejor personas, mirarnos menos al ombligo, ser más solidarios, críticos con la injusticia y en definitiva tomar parte activa en la consecución de un mundo mejor. A Iqbal Masih sus sicarios y su lucha lo han hecho inmortal. Todo un ejemplo a seguir.
ResponderEliminarLa explotación y esclavitud infantil es una de las grandes asignaturas que los Gobiernos del mundo tienen pendiente. Parece ser más atractivo invadir militarmente países ricos en petróleo o interesantes para las multinacionales, antes que liberar a los niños de la tortura.
ResponderEliminar¡Cuántas verguenzas hemos de esconder aún!